Regresión inconstitucional

 

Luis Carlos Ugalde

 

Prometí la semana pasada no volver a abordar temas electorales, al menos durante el verano, pero la realidad me obliga. Los congresos locales de Sinaloa, Chihuahua, Veracruz y Tamaulipas aumentaron en los últimos días los requisitos para ser candidato sin partido y competir en las elecciones que se celebrarán en esas entidades en 2016. Parece obvio que se trata de una reacción política frente al desafío de las candidaturas independientes al sistema tradicional de partidos. Y efectivamente es un desafío que se puede convertir incluso en una “revancha” de los ciudadanos frente a los partidos y dar a todo aquel que compita como “independiente” un bono de ventaja por ese solo hecho.

 

En Sinaloa se redujo el plazo de recolección de firmas para ser candidato de 90 a 40 días. En Chihuahua, Veracruz y Tamaulipas se aumentó el porcentaje de firmas de 2.0 a 3.0 por ciento de la lista nominal. En Chihuahua además se exige un mínimo de tres años sin haber militado en algún partido político (antes era uno). Es probable que en los próximos días otras entidades emulen estos ejemplos y que aquellas que aún no reglamentan las candidaturas independientes lo hagan con requisitos elevados.

 

Además del oportunismo político de legislar para proteger los intereses de los partidos –no de los ciudadanos– el problema central de estas reformas es su inconstitucionalidad.

 

El artículo primero de la Carta Magna establece que la progresividad es uno de los principios esenciales de los derechos humanos y ello obstaculiza cualquier intento de dar marcha atrás a cualquier derecho humano, incluido el de ser votado en la modalidad de candidato sin partido.

 

El principio de progresividad, que se enmarca a la par de los principios de universalidad, indivisibilidad e interdependencia, tiene como característica la no regresividad. Esto es, si un derecho ya ha adquirido una dimensión especial ya sea por su reconocimiento legislativo o jurisdiccional, no puede disminuir en su ámbito de tutela. Si las candidaturas independientes ya se habían legislado en esas cuatro entidades, no se vale que después de conocido el “éxito” en otras latitudes ahora se dé marcha atrás.

 

En el caso de Chihuahua hay además un problema adicional porque confunde la naturaleza o los fines de las candidaturas independientes. Se dice que no podrán ser candidatos por esa modalidad aquellos que hayan militado en un partido en los últimos tres años con el objetivo de evitar que militantes despechados por no haber sido postulados por sus partidos usen la vía independiente como una suerte de competencia desleal.

 

Las candidaturas mal llamadas independientes (su nombre correcto es “sin aval de partido político”) son un canal para que lo use quien quiera usarlo: los políticos profesionales, los que lo fueron de algún partido y ya no lo son, los sin partido, los activistas, los ecologistas e incluso los oportunistas. La nueva norma es irrazonable pues se estaría pidiendo a los políticos de partido renunciar con tres años de anticipación para ser candidatos independientes y ello trastoca la lógica y gestación de una candidatura. ¿Y si el partido viola mi derecho a ser nominado y ello me obliga a renunciar al partido con meses de anticipación? ¿Y si un día descubro que el partido ya no es congruente con su ideario y ello me lleva a buscar alternativas?

 

Ciertamente hay razón en advertir los riesgos de una revancha del electorado en contra del sistema de partidos. Y hay riesgos de que esa “venganza” conduzca a excesos y estimule el chantaje, el transfuguismo y el aventurismo político. Pero es justamente como la ley del péndulo: de los excesos de la partidocracia podemos pasar a los excesos de la antipolítica.

 

Lo ideal sería encontrar un justo medio y lo más efectivo será sin duda la propia reforma interna de los partidos y la calidad de los candidatos que postulen. Pero el justo medio no se alcanzará con la restricción de derechos políticos que ya habían sido legislados, salvo que se justifique que las nuevas normas son razonables y proporcionales y respetan y amplían los derechos a votar y ser votado.

 

Para anular la aplicación de las reformas legislativas “antiBronco” basta con que aquellos que se sientan agraviados interpongan juicios para la protección de los derechos político-electorales del ciudadano ante el Tribunal Electoral. Seguramente los magistrados electorales declararían la no aplicación de las normas referidas y los partidos que modificaron la normatividad cosecharían aún más animadversión de sus electores. Tratando de limitar derechos adquiridos acabarán por propulsar todavía más el movimiento en contra de ellos.

 

Twitter: @LCUgalde

 

 


Últimas reflexiones electorales

 

Luis Carlos Ugalde

 

Los dos grandes aliados del PRI son Morena y el Partido Verde. Gracias al primero ganó 42 diputados; gracias al segundo 46. Eso es, sin el efecto combinado de esas dos fuerzas políticas el PRI tendría 88 legisladores menos de los 202 que tendrá. Según estimaciones de Javier Márquez, la irrupción de Morena fragmentó el voto de las izquierdas y en muchos distritos donde el PRD era competitivo y le ganaba al PRI (sobre todo en el sur y sureste del país) ahora perdió y el tricolor salió triunfante. Así ganó el PRI 42 distritos. Por otra parte, la alianza con el Verde le da a los candidatos del PRI-PVEM un colchón de al menos dos o tres puntos adicionales, suficientes para ganar en muchos distritos competidos. Gracias a esa alianza se ganaron 46 distritos.

 

En 2006 con el 28 por ciento de la votación, el PRI obtuvo 104 legisladores. Hoy con 29 por ciento obtiene 202. Ese salto cuántico no es resultado del apoyo popular y masivo por las reformas estructurales, sino de cinco factores: a) la distribución homogénea del PRI en el territorio nacional (una fortaleza que no tienen los otros contendientes); b) la coalición con el Verde, partido que a pesar de las críticas del círculo rojo sigue siendo un activo electoral para el PRI; c) la irrupción de Morena; d) que el 30 por ciento del electorado está satisfecho con la marcha del gobierno y de la economía; y e) la postulación de buenos candidatos en el ámbito local.

 

Pero aunque el PRI es el aparente ganador nacional (aunque haya perdido votos junto con el PAN y el PRD), los triunfadores netos en el ámbito local son el PAN, Movimiento Ciudadano (MC) y Morena. Según el Segundo Reporte Electoral Integralia, mientras el PRI pierde en número de municipios gobernados, el PAN gana no sólo en el total sino su presencia se incrementa en las ciudades más importantes. Por su parte, Morena obtiene 41 legisladores locales y varias delegaciones de la ciudad de México y MC gana alcaldías y diputaciones en la zona conurbada de Guadalajara. Los partidos PRD y PRI son los grandes perdedores de legisladores locales: pierden 26 y 25, respectivamente.

 

Aunque Morena, Partido Verde y MC son ganadores netos de la elección, su fuerza está concentrada geográficamente. La principal base electoral de Morena se encuentra en el Distrito Federal, Estado de México y Veracruz. El PVEM tuvo los mejores resultados en Chiapas y en Guanajuato. MC tiene su base en Jalisco y Nuevo León. El cuello de botella para que López Obrador sea un candidato competitivo en 2018 radica en que Morena tiene una presencia importante solamente en 116 distritos, el 38 por ciento del total nacional.

 

La presencia de mujeres ha aumentado significativamente en la última década. Mientras en 2006 representaban el 26 por ciento de la Cámara de Diputados, llegaron a 43 por ciento en la actual Legislatura (2012-2015). Sorpresivamente, con la paridad de género la presencia aumentará en una legisladora adicional: según datos preliminares, habrá 210 diputadas frente a 209 que hay actualmente. La efectividad de pasar de una cuota 60/40 a una 50/50 fue una legisladora adicional. ¡Vaya eficacia de la política pública! Una vez que pase la temporada de descanso electoral, es necesario reflexionar la pertinencia, salud y utilidad de la paridad de género en las candidaturas. Cuando el presidente Peña Nieto planteó la iniciativa en 2013 brilló la ausencia del debate. Como si un tema “políticamente correcto” como el fomentar más presencia de mujeres significara no discutir el tema ni analizar los riesgos. ¿Acaso todo es bueno con la paridad? He escuchado historias de cómo se eligieron algunas candidatas en muchas entidades y el método no enaltece sino denigra. Y si el resultado neto es una legisladora más, ¿era necesario pasar de una cuota ya muy progresista de 60/40 a una de 50/50?

 

Finalmente, es necesaria una reflexión base cero de la regulación electoral. Eso es, revisar con lentes nuevos la normatividad electoral. En lugar de cambios en el margen, debe desmontarse todo el aparato paranoico de prohibiciones y establecer una nueva visión del sistema electoral y luego plantear objetivos y metas muy claras. Sólo después de eso, pasar a discutir los instrumentos regulatorios pertinentes. Hasta ahora ha sido al revés: primero se escogen medidas prohibitivas o regulatorias y luego se inventan justificaciones de cómo eso hará más barata la democracia o cómo eso fomentará la participación ciudadana. Una nueva regulación electoral base cero es lo que permitiría reconstruir el sistema electoral, manteniendo sus fortalezas (la organización electoral) y cambiando sus debilidades (la regulación del dinero y de las campañas).

 

Por el momento, lo más saludable es dejar de hablar de elecciones y disfrutar el verano con otros temas y otras lecturas. No más charlas electorales.

 

Twitter:@LCUgalde